
Escribir un artículo titulado Cómo sanar tu vida, hubiese sido un escándalo para cualquiera de mis pasadas versiones. De hecho, si me hubiesen dicho que iba a escribir algo por el estilo, me habría reído con ganas. Añadiendo, probablemente, una mirada prejuiciosa y un comentario sarcástico.
Los años me dieron perspectiva -es uno de sus beneficios- y hoy, no sólo escribo el dichoso artículo, sino que me atrevo a compartirlo. ¿Por qué? Porque creo que cultivar un vínculo benévolo con el entorno y con quienes nos rodean es uno de los umbrales del bienestar. Escribir sobre esto, justifica el uso de un término tan pretencioso y manoseado como «sanar» en el título, cuando lo que expongo son principios elementales para vivir sin el asalto del miedo.
Si me preguntan, además, sostengo que la escritura es la herramienta más amable para lograrlo y no requiere de coordinar acciones complejas ni de una costosa inversión de recursos. Es accesible y puede transformar nuestra percepción de la realidad y la forma en la que actuamos en ella.
Cómo sanar tu vida.
La palabra «sanar» es un término omnipresente en la narrativa actual. Las promesas de transformación inundan las redes sociales, ofreciendo una versión simplificada de procesos complejos, subjetivos e incompletos por su propia naturaleza. Este uso indiscriminado del concepto tergiversa lo valioso del crecimiento personal y genera un aburrimiento infinito respecto al discurso de la sanación emocional.
La cultura de la inmediatez perfila la sanación como un destino fijo, una meta alcanzable después de cierta cantidad de afirmaciones positivas o retiros espirituales de los cuales la persona emerge restaurada, libre de sus heridas emocionales y emitiendo rayos luminosos por cada poro de la piel. Un bichito de luz.
La experiencia me anuncia otra realidad. El dolor psíquico y las experiencias traumáticas no desaparecen en una amnesia chamánica inducida por ninguna hierba o sustancia. Se integran a un contexto específico y al ser que somos en ese contexto. Ocasionalmente, además, reaparecen con otra apariencia, aunque jugando el mismo juego.
En este sentido, Judith Herman, explica en «Trauma and Recovery» que sanar no es borrar el pasado ni alcanzar un estado idealizado de bienestar, sino aprender a convivir con nuestras experiencias de forma más funcional y significativa. En los que, desde mi conocimiento y experiencia, son los principios de esa convivencia se enfoca este artículo.
Veamos cuáles son y cómo incorporarlos de forma práctica a la vida cotidiana sin perder las ganas en el camino. Y sin confiar ciegamente en la fuerza de voluntad, uno de esos engaños del ego en el que no vamos a caer de nuevo, porque -como dijo el amigo René- es una pierna demasiado larga y quiere más de lo que puede.
1- Establecer metas y documentarlas.
Definir objetivos es el primer paso de todo proceso que se precie de tal. ¿Cómo avanzar si no sabemos hacia dónde? Más allá de la dificultad que tiene reconocer y ponerle palabras a nuestras necesidades y aspiraciones (tema para otro artículo que no es éste), hay dos aspectos que quisiera mencionar porque garantizan sostener a largo plazo lo que nos propongamos.
En primer lugar, tan importante como el plan de acción en sí mismo es mantenerse firme en el compromiso de cumplirlo. Sin embargo, he aquí el segundo aspecto: la disciplina intransigente, sin la flexibilidad para adaptarse a las circunstancias, corroe el espíritu. Si existe una clave para sanar tu vida es equilibrar el apego a los hábitos que nos ofrecen paz y contento, con la plasticidad para ajustarse a las circunstancias cambiantes.
El compromiso implica dedicación diaria a un proyecto que considere los desafíos y los obstáculos que vamos a enfrentar. Al menos aquellos que podamos anticipar. Para eso, tanto para diseñar una secuencia de acciones como para atajar a tiempo situaciones espinosas, necesitamos conocernos. Conocer nuestras luces y sombras. Porque si de algo tengo certeza es de que las sombras emergen cuando nos sentimos acorraladas o simplemente tan cansadas que no podemos lidiar con nuestra “mejor versión”.

Registrar el proceso en un diario.
Conozco de cerca esos días en los que contengo el impulso de recordarle, a quien se aproxime, que no soy un ser de luz. Precisamente por eso y porque conozco el poder de las palabras, te sugiero registrar por escrito tu proceso transformacional.
Llevar un diario reclama cumplir con el hábito de escribir a mano. Sí, también es posible usar aplicaciones con el mismo fin, pero ni es tan placentero ni genera el tipo de conexiones neuronales que se generan al escribir a mano.
Puede que en este momento no comprendas qué relación tiene la escritura con sanar tu vida. Te pido un voto de confianza. Escribir nos mantiene atentas a todo aquello que no se parece a lo que queremos para eludirlo con gracia. También, abiertas a las oportunidades que se presentan para aceptarlas sin queja.
Porque, así hayamos concebido el plan más preciso, vamos a tener que adaptarnos a las circunstancias, que suelen ser caprichosas y cambian sin pedirnos permiso ni valorar el costo físico y emocional de crear esa secuencia maestra.
Cuando esto suceda y tengamos que transitar rutas alternativas, reflexionemos si esa digresión momentánea que nos fastidia tanto no es una forma de aprendizaje. Porque el Universo tiene formas curiosas de expresarse didácticamente…
Esther Perel menciona que lo opuesto al trauma no es la sanación absoluta, sino la reconexión con la vida. Esta mirada, más modesta pero también más honesta, es la que cultivamos cuando decidimos editar nuestra narrativa personal. Si te interesa profundizar en el ejercicio de reconocer tus zonas en penumbra e integrarlas a tu relato biográfico, te invito a saber más sobre mi ebook, Inconfesable.
Fortalecer el propósito.
Lo dije antes y lo repito: confiar en la voluntad es una pérdida insensata de tiempo. A ver, cuántas veces te escucharon decir: «Mañana empiezo», «Esta vez sí voy a ir al gimnasio todos los días», «Solo necesito fuerza de voluntad». Seguramente, más veces de las que te gustaría admitir. Y nada cambió.
No es que seas desorganizada o te falte carácter. Es que estás apostando todas tus fichas a un recurso poco fiable. La fuerza de voluntad funciona como un músculo. Se desgasta con el uso. En su teoría del agotamiento del ego, Roy Baumeister propone que cuantas más decisiones tomamos o más autocontrol ejercemos en el día, más difícil se vuelve resistir tentaciones. Es por eso que después de un día de trabajo estresante es más probable que termines en el sofá con una tableta masiva de chocolate antes que haciendo abdominales.
La clave para dejar de renguear de esa pierna demasiado larga es reducir el número de decisiones para cada situación relevante. Al anular la deliberación -las vecinas en mi azotea pueden prolongar las reuniones de consorcio por horas- aumentan las posibilidades de que realmente hagas lo que te propusiste.
Al menos para mí, funciona asociar la acción con una rutina ya existente. Por ejemplo, “después de merendar, me cambio y salgo a caminar.” Este comando mental fijo y verbalizado, elimina la necesidad de decidir qué hacer después. Si te interesa aprender más sobre esta técnica de autoinstrucción dirigida, te recomiendo leer el artículo: La técnica más simple para cambiar tu vida.
La inconstante.
La motivación es inconsistente. Un día nos despierta con total determinación y al siguiente, la alarma suena sin parar y sin que nos demos por enteradas. Depender de una energía tan inestable es la crónica de una renuncia anunciada. Lo que sí podemos hacer es crear sistemas.
James Clear, en Hábitos Atómicos afirma que el éxito no se trata de tener más motivación, sino de diseñar tu entorno y rutinas de manera que tomar la mejor decisión sea lo más fácil posible. Para comer sano, no tengas a disposición alimentos poco saludables. Es mucho más efectivo diseñar el entorno que esforzarte para decidir bien en cada momento.
Durante los últimos dos años estudié Psicología del deporte y aprendí que los atletas de alto rendimiento -igual que los escritores prolíficos- no confían en la voluntad. Confían en los sistemas que construyeron. Se aseguran de que todo a su alrededor trabaje a su favor sin esperar milagros de su propia fortaleza física y mental.
Por eso, antes de preguntarte «¿Cómo estar más motivada?», podrías preguntarte «¿Cómo puedo hacer que esta acción sea inevitable?» Siguiendo los trazos de esa respuesta, actuamos en consecuencia. La voluntad es una amiga que se prende a todos los planes, pero a última hora te deja esperando. Mejor, tener un respaldo que no dependa de si aparece o no.
2- Diluir limitaciones internas.
La mayoría de nuestros límites no son reales. No me malinterpretes: todos tenemos límites físicos, emocionales y mentales y existen por buenas razones. Pero la mayoría de los que nos detienen -esos que nos dicen «no puedo», «no es para mí», «no tengo lo necesario»- suelen ser barreras autoimpuestas. Y acá viene lo más interesante: podemos desarmarlas con palabras.
Nuestra mente es increíblemente eficiente en su trabajo de protegernos del fracaso. Incluso cuando eso signifique mantenernos inmóviles en un rincón, a la sombra. Carol Dweck, habla de la mentalidad fija y la mentalidad de crecimiento: la mentalidad fija cree que nuestras habilidades y capacidades son estáticas. “Soy mala para los números”, “Nunca voy a poder hablar en público”. La mentalidad de crecimiento entiende que todo se puede entrenar y mejorar con práctica.
La diferencia entre alguien que se atreve a ir por sus metas y alguien que se rinde antes de intentarlo siquiera no es talento innato, sino la creencia en su propia capacidad de aprender. En otras palabras: no es que no puedas, es que todavía no aprendiste cómo.
Aprender cómo sanar tu vida.
Quizás consideres que no es realista pensar que podemos lograr cualquier cosa con solo cambiar nuestra narrativa mental. Sin embargo, aprender cómo sanar tu vida implica reconocer que la mentalidad de crecimiento a la que me refería antes, no significa que cualquiera puede convertirse en lo que quiera sin importar las condiciones.
Lo que plantea es que cada persona puede mejorar sustancialmente en cualquier área si establece los parámetros. En lugar de compararte con otros, la pregunta clave es: ¿puedo ser mejor de lo que soy ahora si me lo propongo? La respuesta, casi siempre, es sí.
El cambio no va a ocurrir de la noche a la mañana, porque no existe un interruptor que desactive al instante la mentalidad fija. Sin embargo, yo misma experimenté el proceso y agradezco los resultados. Esa, es la razón por la que existe este artículo. Siempre podemos empezar con cambios asumibles: cuestionar pensamientos limitantes y aprender de los fracasos en lugar de tenerles miedo.
Cambiar de mentalidad es un hábito, no un acto definitivo.
La expansión más allá del miedo.
Aunque la mente es una mentirosa persuasiva, no puede evitar que, cada vez que enfrentes a algo difícil y lo superes, cambie la estructura de tu cerebro. Se crean nuevas conexiones neuronales, aumenta la capacidad de adaptación y el terreno de lo posible se expande. Nos aterra equivocarnos y es precisamente cometer errores lo que nos hace aprender más rápido. Los errores no solo son inevitables, son necesarios.
Cada vez que fallamos, el cerebro reajusta la estrategia y avanza. La próxima vez que pienses «esto no es para mí», vas a asumirlo como un desafío y a cuestionar: ¿Es un límite real o solo una historia que me estoy contando? El siguiente paso es actuar. Sin correr, que caminando llegamos al mismo lugar. Antes de lo que te imagines, vas a mirar atrás preguntándote cómo era posible que dudaras de tu capacidad.
3- Establecer límites para sanar tu vida.
Los límites previenen el agotamiento masivo de ser complacientes. Porque implican decir «no» a los demás -también a nuestros propios atrevimientos- y «sí» a nuestras necesidades, reconociendo que tiempo, energía y bienestar son recursos limitados y que nadie más va a cuidarlos mejor.
Para que establecer límites sea una acción de crecimiento, entra en juego una distinción clave: ¿esto que estoy haciendo es un deseo real o una imposición disfrazada de deseo?
El peso invisible del «debería»
La diferencia entre una imposición y un deseo íntimo no siempre es obvia, porque crecimos con la idea de que «hay cosas que hay que hacer». Pero, ¿realmente hay que hacerlas? ¿O sentimos que deberíamos hacerlas para evitar el conflicto, la culpa o la desaprobación de los demás?
Nos rodea una telaraña invisible del debería: debería ayudar a mi amiga aunque esté agotada, debería ir aunque no tenga ganas, debería encargarme de esto aunque no sea mi responsabilidad. ¿Quién escribió esas reglas? Más importante aún: ¿por qué no las cuestionamos?
Establecer límites no es fácil cuando te enseñaron que decir «no» es egoísta y que los compromisos con los demás son sagrados. Para no caer en la espiral de la niña buena, te propongo diferenciar entre responsabilidades e imposiciones. Una responsabilidad tiene consecuencias tangibles y directas. Una imposición cultural es lo que hacemos para evitar la culpa, el conflicto o la desaprobación.
Reconocer responsabilidades e imposiciones.
Cada vez que decimos «sí» a algo que no queremos o no podemos asumir, nos estamos diciendo «no» a nosotros mismos. Y esa decisión, tarde o temprano, nos pasa factura en forma de agotamiento físico o resentimiento. Ambos, se sienten en el cuerpo.
El cansancio de cumplir una responsabilidad es una forma de la fatiga que llega con alivio o con satisfacción. El agotamiento de una imposición drena toda tu fuerza vital. Cuanto más nos sacrificamos, más dignos de amor, reconocimiento y respeto parecemos ser. Pero esta ecuación tiene una fuga de sentido: cuando el sacrificio se vuelve la norma, el cansancio deja de ser un síntoma y se convierte en un estado.
El agotamiento de una imposición es ese peso silencioso que se instala en el cuerpo, ese desgaste emocional que no tiene recompensa interna porque la acción no nació del deseo, sino del miedo a decepcionar.
El resentimiento, entonces, aparece como una advertencia. No necesitamos un manual para entenderlo: es esa puntada en el pecho, ese pensamiento recurrente de «¿Por qué siempre soy yo quien…?», esa sensación de que estás dando más de lo que podrías o quisieras. Sin embargo, seguimos adelante, convencidos de que es nuestra responsabilidad cargar con más de lo que nos corresponde.
Si queremos vivir con más calma, necesitamos dejar ir la idea de que nuestro valor está atado a cuánto nos sacrificamos por los demás. Aprender a decir «no» sin culpa es un acto de respeto y cuidado hacia la persona más importante en nuestra vida. ¿Te cuento quién es?
Soltar la culpa para vivir con más calma.
Decir «no» sin culpa choca con lo que entendemos como deber y lo que sabemos sobre generosidad. Pero, ¿quién puede dar lo mejor de sí cuando se siente cansada y resentida? Empezar a vivir más liviano no significa dejar de ayudar a los demás ni desentenderse de las responsabilidades, sino redefinir los límites entre lo que hacemos porque queremos y lo que hacemos por presión.
- ¿Quiero hacer esto realmente o lo hago por miedo a decepcionar a alguien?
- ¿Siento pesadez, tensión y fatiga?
- ¿Cómo quiero sentirme después?
Un «sí» que te drena no es un «sí» auténtico y se hace sentir. Un «no» con convicción es un acto de respeto personal. Por un momento, cambiemos la perspectiva. Negarnos no es rechazar a la persona específica, es priorizarnos. Si alguien se molesta porque pusiste límites, su estima dependía antes de tu disponibilidad que de tu bienestar.
Aprender a decir «no» sin culpa y sin sentirse perseguida por la insuficiencia, transforma la vida. Cuando dejamos de medir nuestro valor en función de cuánto nos sacrificamos, empezamos a recuperar la energía y sobre todo, la libertad. Esta última es el primero de mis valores innegociables y reconociéndolo fue que inició mi propio viaje.
La decisión de sanar tu vida.
Cómo sanar tu vida es un cuestionamiento grueso que no me resigno a entender como acto de consumo para las plataformas de Meta. En lugar de comprar la idea de sanación como destino final, podemos aprender a vivir con nuestras sombras, encontrar sentido en ellas y seguir haciendo lo mejor que podemos cada día sin temor a decepcionar o decepcionarnos.
Si estás viviendo con miedo a decepcionar a alguien más, replanteemos la situación. Porque la verdadera transformación no ocurre siguiendo las reglas impuestas por otros, sino tomando decisiones alineadas con tus necesidades y valores.
Vivir con más calma es una posibilidad real cuando aprendemos a diferenciar entre lo que deseamos y lo que nos enseñaron que era correcto desear. Es el resultado de construir hábitos, diluir limitaciones autoimpuestas y establecer límites con claridad y determinación. Espero que estos tres pasos te ayuden a entender cómo sanar tu vida.
La transformación no es un destino, es un proceso y si llegaste hasta este punto, significa que ya comenzó. ¿Lista para escribir? Nos encontramos en el ebook Inconfesable.
A sostener el lápiz. Hagamos luz con las palabras.